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LA ÉPOCA DE LAS CATEDRALES

Una cree que elige lo que estudia, pero qué va, son los estudios quienes te eligen a ti: ahí arriba o abajo, según se mire, hay alguien apuntándonos con una flecha que no suele fallar; «esa necesita orden y exactitud, aquella matemáticas, a este de aquí le sobra paciencia…»

A mí me llegó una de esas flechas de dirección desconocida a los diez, once años. Iba yo caminando con mi padre por Málaga ciudad, cuando tropezamos con una exhibición de maquetas de catedrales andaluzas delante de la acera de El Corte Inglés. A medida que íbamos recorriendo la exposición, más asombrada iba quedando yo de todos esos magníficos edificios: tan grandes, tan bonitos, tan antiguos. Pero pese a la fuerte impresión recibida, en ningún momento se me pasó por la cabeza soñar con adquirir las destrezas necesarias para construir esas bonitas maquetas o esos singulares edificios. Mientras los contemplaba, no pensé en ningún momento en los modos, medios y técnicas de construcción como hubiera sido natural, sino que me dejé deleitar por el edificio en sí, en su conjunto: comparándolos entre ellos, seleccionándolos, contando sus torres y portones, mirando su decoración. Como mi padre iba además traduciéndome en años los siglos de antigüedad, de forma vaga e intuitiva traté de imaginar su ubicación en la historia.

– Cuatrocientos años ese de ahí- ¿Cómo era posible que esos edificios (que yo tenía además que imaginarme a una escala inaudita) tuvieran tantos años? ¿Cómo es que eran entre ellos tan distintos? ¿Por qué unos eran mas bonitos que otros? ¿Por qué entonces se construían y ahora no?

Pasarían aún unos cuantos años más hasta que fui a visitar la catedral de Málaga, no muy lejos de donde caminábamos nosotros aquel día de fiesta. Pero mi padre siempre hacía las cosas por un motivo. Allí me llevo por primera vez, el que es ahora mi marido, y un año después además me estaría matriculando en Historia del Arte. Es una bonita casualidad, ¿verdad?

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