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Comencemos por el final › Todo es movimiento irregular y contínuo, sin dirección y sin objeto (Montaigne)
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Andando sin

Hay épocas en que involuntariamente comienzo a caminar de puntillas, dejando mi talón al descubierto. Se podría decir que, como Aquiles, muestro mi vulnerabilidad desde el suelo (me mantengo en equilibrio con mucho esfuerzo).

Un buen día, cuando aún tus talones no pisan del todo, te invitan a una fiesta, y sin dudarlo, (a quién no seduce tomar champán bajo un cielo estrellado) acudes pensando qué tal vez abunden los asientos.

Pero resulta que el juego de la silla ya ha comenzado. No un rato antes, ni siquiera el mismo día. Viene de muchas fiestas atrás.

Mientras espero la siguiente ronda no puedo evitar fijarme en las personas que están sentadas y de qué modo (si encima de, compartiendo con, evitando a…) para después descubrir quién quito su asiento a, quién desearía estar sentado con, o quién se quito de debajo de. Incluso quién desearía levantarse porque le empujan sus.

Talones. En la última observé que los tacones además de elevar un par centímetros los hombros, también sostienen y cubren debilidades. Entonces me acordé de Aquiles, y de su talón, y mire los míos aún al descubierto.

Batallas

Volverás a casa por vacaciones y te enfrentarás a tu antigua estantería de libros, discos y películas grabadas en VHS (en mi caso) de un viejo programa de cine que echaban por televisión. Creo que si ahora escuchará la melodía de Qué grande es el cine, alguna lagrimilla asomaría. Reconozco que desde siempre lo que más me ha interesado de ese programa eran las tertulias post película (selección de planos, idiosincrasia de los personajes, cómo se rodó tal escena…), al principio porque no entendía nada, y luego porque sí.

El verano del 2000 fue determinante para mi incursión en el cine clásico: Los mejores años de nuestra vida, La dolce vita, Vivir su vida (la primera vez que vi esta película intuía que estaba ante algo rompedor que se alejaba de las anteriores películas vistas en aquel programa, pero no sabía determinar en qué, al fin y al cabo, se trataba de una película antigua, en blanco y negro y de gangsters) y supongo que alguna más por cuenta propia, tal vez, Manhattan de Woody Allen y Encadenados de Hitchcock.

Vuelve el verano con sus incontables noches estrelladas, y yo ya se lo que haré: leeré Guerra y Paz (ya me encantó Anna Karenina), miraré viejas películas, casi seguro, La ventana indiscreta (mientras escribo este post me he encontrado con el debate que no pude ver en su día cuando la emitieron), y me terminaré la tercera temporada de Doctor en Alaska. Y tal vez, sólo tal vez, me atreva nuevamente a mirar de cara a mi antigua librería repleta de libros de historia del arte, y me enfrente al renacimiento italiano (tal como ya ocurrió hace 7 años cuando me dejé esta asignatura en mis primeros exámenes de septiembre), y a algún libro de estética como Los placeres de la imaginación.

Pensamos que el verano (estación que debería cambiar de nombre para los que ya han cumplido los veinticinco pues nunca volverá a ser esa época estival de noches infinitas para estudiantes remolones), nos dará coartada suficiente para ponernos al día con nuestros antiguas aspiraciones, pero cuando te enfrentas a ellas no tienes estrategias y te rindes tan pronto se presenta alguna dificultad.

Cuando estoy desilusionada y algo abatida, me da por pensar que por qué martirizamos con semiescondidas añoranzas. Quizá no sean tales, quizás arrastremos un capricho de juventud.

Una vez me dijo mi padre mientras hacía los deberes para la escuela algo distraída: «Inma quien siembra recoge». Los renglones de mi cuaderno se transformaron en campo y las letras en semillas

httpv://www.youtube.com/watch?v=i_ZTEHhMPlA

 

All tomorrow’s parties

Te equivocas y escribes mal una fecha antes de comenzar a tomar apuntes en clase, rellenando una solicitud o tecleando un mail. En vez de poner 26 de junio del 2008, escribes 26 de junio del 2080: un rápido y fácil calculo mental (2080-1981=99 años) y acto seguido tu mirada se torna melancólica mientras te preguntas: ¿estaré viva en el 2080? La duda consuela y continúas sin más con la tarea que tenías entre manos.

Es peor cuando en lugar de equivocarte en muchas décadas te equivocas en un par de siglos (¿qué tal el año 2300?). Entonces es cuando, de golpe, esa hipotética fecha te empuja, como si se tratase de un zoom de película, durante milésimas de segundo, a un futuro lejano que observas con los ojos muy abiertos pero sin ver ninguna idea concreta. Regresas, pues, con una mezcla de sentimientos contradictorios (melancolía e incredulidad, pesar y ligereza), y algunas cuestiones obvias (¿cómo será el hombre del siglo XXV?, ¿qué pasará con nuestras ciudades?… pero ¿habrá entonces mundo?). Al final una triste sonrisa se dibuja en tu rostro mientras te preguntas: y a mí qué si no estaré, a mi qué si no sufriré, según decía hace ya unos veinticinco siglos Epicuro, cuando mencionaba que «la muerte es sinónimo de perdida de sensaciones. No hay que temer, pues, el post mortem como tampoco la idea de muerte porque mientras vivimos no nos afecta, y cuando se impone no causa dolor»

Como no todos somos tan racionales y lógicos como desearía Epicuro, me quedo con una frase que leí en una entrevista de Félix de Azúa en El País: a medida que envejecemos nos importa menos morirnos, la juventud es un período narcisista: lo jóvenes se sienten únicos pero una vez que va pasando el tiempo esta sensación desaparece.

Del arte a la arqueología

Dedico una oda a la mediocridad, pero a la mediocridad sincera despojada de altanería, pretensiones, alardes. Rindo tributo a la mediocridad ética, rigurosa, disciplinada y académica, esa que se confunde a menudo con humildad, y que sirve de marco, relleno o contexto, a grandes ideas. Pienso, por ejemplo, en teóricos que basan sus estudios en datos, en eruditos satisfechos, en músicos maestros, en alumnos metódicos, en pintores medios…

Mirando a la mediocridad desde la mediocridad se comprende el alcance de ésta: cohabitar con nosotros y describir nuestro contexto, como por ejemplo, esas pinturas que cuelgan en nuestro salón, o los grupos locales que descubrimos en pequeños conciertos, o la novela de tu mejor amigo… todas estas creaciones, tienen como común denominador que nos pertenecen, nos describen y nos entretienen

El brillo, la originalidad y la excelencia que caracteriza a las obras de arte, tan pronto las eleva a otras esferas como las aleja de la nuestra. No hay que huir de la mediocridad (se tiene o no se tiene), sólo hay que crear, aunque sean obras mediocres, o bien por que lo son…

Pienso en un futuro lejano, cuando ya no estemos, y tal vez sí permanezca ese libro que te decidiste a escribir, sin valor alguno, o los poemas de ese poeta del barrio que se fue entre cenizas…o la caja que hiciste para guardar calcetines. Todas las creaciones son parte de la cultura material de la época… y ¿a quién no seduce la inmortalidad que otorga la arqueología?

Deseos

Comencemos hoy por el final de una vida. Ya sea imaginada, proyectada, pensada, dibujada, poetizada…La frase que la ilustra es del escritor Alexander Pushkin y me la dijo un amigo al oído, a gran distancia:»Puedo decir que sobreviví a mis deseos».

Para mi caben dos interpretaciones: una podría ser, no haber contado el suficiente coraje para enfrentarse a ellos (y pese a ello vivir, y bien), y la otra podría ser; no haberse arrodillado por ellos. Entonces aquí, el orgullo (el respecto, promesa) estaría por encima de nuestros deseos.

Puede que no se trate de orgullo, sino simplemente de miedo.  Del miedo a no ser feliz después de haber sucumbido a ellos lo que nos impide lanzarnos a la piscina.

Tal vez Pushkin no sabía que hablaba en voz alta y se le escapó su deseo carente ya de anhelo. O quizás al deseo no haya ni que sobrevivirlo, ni combatirlo. Tal vez baste con educarlo para que nos empuje hasta volver a contemplarlo a media distancia. Como Pushkin consiguió desde el horizonte de su cama

 

 

Paréntesis

Hoy no pienso en finales, ni en comienzos, sino en intermedios y en esas pausas que duran más que el acontecimiento al que asistimos: esas que nos hacen olvidar la batalla que teníamos pensada para mañana. Quizá más que a una película, (dicen que eso es la vida hasta que llega un acontecimiento trágico que te golpea y, se acabó la representación, se acabaron los anuncios… por un tiempo), primero se nos invitó a una batalla, la propia, de ahí que no empuñáramos las armas…

Estos intermedios donde transcurre la mayor parte de la vida, han sido magníficamente tratados en el cine, y en los estribillos de algunas memorables canciones. Ahora sobre todo me viene a la cabeza el personaje principal de La Dolce Vtia (Marcello) el cual anda siempre demasiado liado en sus quehaceres cotidianos: persecución de famosos y fiestas (podría también haber sido trabajo y familia, ipod y sonar), como para concentrarse en su afán de escritor de novelas. Casi sin darse cuenta es arrastrado por continuas olas de placer vacío que lo alejan de su isla, sin poner también él, ningún un impedimento.

Qué nos arrastre la marea, así es la vida. Olvidémonos de las batallas, y también de los sueños.

 

 

Fe

Me planto delante de un cuadro y lo contemplo durante un buen rato. Voy a una librería y miro la parte de ensayo, puedo estar horas. Leo Esto no es una pipa, incluso cojo notas, pero sólo llego a intuir su significado.

Cómo ignorar a Pollock, pero cómo comprenderlo. Cómo no apreciar a Foucault, pero qué decir de él. Cómo ir a la librería del CCCB y no echar un vistazo a esos sabios del presente de los que no sabemos nada…

Pienso en la religión la católica, en su celebraciones, en sus feligreses y, por primera vez, me inspira cierto respeto la fe de algunos que se aferran en creer aquello que no sienten, que no ven y que incluso no profesan, pero que en el fondo les gustaría sentir y comprender. Y entonces me veo a mí, otra vez delante de un cuadro, de una  escultura o frente a un libro, sentada en su mismo banco pero en distinta iglesia.

 

 

Murmullos en Roma

Una obra de arte expresa, evoca, enseña, documenta, pero no habla. O al menos eso pensaba yo hasta que llegué a Roma, y empecé a sentir el continuo murmullo algo nervioso de sus monumentos.

Era como si fuentes, esculturas, cúpulas, plazas no supieran que ha llegado el año 2008, como si nadie les hubiera explicado cuál era su finalidad en este nuevo siglo. Cansadas de no perecer y aparecer en todas las fotos de mundo…

Las entendía, y cómo no. La inmortalidad cansa, y no tiene sentido cuando no puedes disfrutar en una plaza de la contemplación de una escultura, que ha sido creado para ello: ¿para qué degradar su origen?

Me viene a la mente el protagonista de À Rebours el duque De Esseintes (abandonado a los placeres de su castillo) quien un día decide partir y visitar Londres pero a última hora prefiere perder el barco y permanecer en la taberna donde se hallaba, por temor a no encontrar aquello sobre lo que ha leído. Así que coge sus guías, sus libros de arte y, acompañado de un exquisito Jerez, camina sentado por la city

¿Y si la verdadera contemplación ya no es la verdadera? Es decir, y si el recuerdo pesa más que la visión directa. Es decir, y si reconociera que puede desaparecer Roma pero no la Dolce Vita.

Quizá viajemos para disfrutar más de nuestras películas favoritas

Piscinas

Tengo una particular fascinación por las piscinas. Esta me viene de la infancia. Me pasaban las horas nadando y buceando, sobre todo buceando. Creo que fue en una de esas tardes de verano cuando empecé a oír mi yo interior. Me gustaba estar bajo el agua, oculta para los demás y rodeada de azul. En la superficie tampoco se estaba nada mal: colchonetas, juegos, saltos…Contar con una piscina en verano era la mejor promesa de diversión. Pero terminó de repente, de cuajo.

Desde mi perspectiva actual las veo como receptáculos de sueños, promesas, y posibilidades no cumplidas que cada nuevo verano se vuelven un poco más inmensas. Es curioso, siempre están llenas y a la vez vacías: nadie se baña, nadie bucea. Hastiadas esperan que alguien se sumerja, y dé sentido a su existencia, a la propia. Me viene a la cabeza Ed Ruscha. Las piscinas ocupan gran parte de su obra: quietas, silenciosas, perennes. Se ofrecen como consuelo y condena. Ruscha pintó las piscinas de las grandes mansiones de Los Ángeles, y con ellas recogió todas las tristezas y desidias de sus omnipresentes bañistas.

Desde hace bastante tiempo que sueño con piscinas, no me ocurre muy a menudo, pero sucede de vez en cuando. Hace poco soñé que saltaba desde un trampolín a distintas. No sé que significado tendrán para el psicoanálsis, pero sé que cuando sueño con piscinas sueño sobre mí. De ese yo protegido que buceaba y jugaba feliz.

Imágenes

Un terceto recien formado escuchan Erik Satie y beben cava a las cuatro de la madrugada. Hablan sobre Situacionismo, constructos, y demás objetos surrealistas y dadaístas. Llega una enfermera recien dormida en camiseta… Es el comienzo de un gran amistad.

El vuelo -imposible- de una cometa en una tarde sin aire. Cuatro adultos en lo alto de un tejado buscan a un niño de 9 años para que les ayude a volarla.

Me gustan tus gafas, dijo ella, y a mi tú. Eso fue lo primero que me dijistes. Es verdad, no me acordaba, dije yo.

Flaca, dame un beso.

Indiscutiblemente, Estrella, la pátina es un valor añadido a la obra de arte.

Al final de la escapada: Tú eres Nouvelle Vague, dijo él, y tú Baudelaire, dije yo.

Crecen en secreto las niñas.

Entonces pregunté a un distinguido catedrático (especialista en Vanguardias): ¿Cómo se lleva eso de la historia del arte y empujar un carrito de niño pequeño?

Como dice Vicente Verdú en La forma del mundo, ya no existe la naturaleza, sino parques temáticos. Recuerdo cuando lo dijistes. Fue en clase de Contemporáneo, hablamos del Expresionismo Alemán, y de la crisis del sujeto causado por la no-Naturaleza.

Haré como Duchamp y te traeré aire embotellado de Londres.

Me quedo con esta imagen: los dos sentados en las escaleras de la facultad, repartiéndonos las fotocopias, de no sé que asignatura, el viento sopla y tú me dices que echarás de menos momentos como este.

No volveran esos días en el que tiempo nos reunía, ma jolie…

Nunca te lo dije, pero te quiero y te echaré de menos siempre. Un beso sin fin.

A Miguel, por supuesto