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Comencemos por el final › Todo es movimiento irregular y contínuo, sin dirección y sin objeto (Montaigne)
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Inspiracionismo

Abramos la caja de Pandora y saquemos de ahí al primo hermano del Apropiacionismo, el Inspiracionismo, que lejos de aniquilar el valor estético de la obra de arte (proceso que realiza el Apropiacionismo a través del plagio y la copia), intenta, por el contrario, intensificar o alargar, el deleite que provoca la contemplación de ésta, a través de la inspiración casi literal del motivo principal, diferenciándose original y copia  -sólo- en pequeños detalles que mejoran, a nuestro íntimo parecer, la obra: un mal trazo, un color sobrante, un personaje aburrido, una banda sonora fuera de tono, un cambio de formato….detalles que de estar o no estar, harían que la obra fuese redonda más que cuadrada.

Como práctica íntima o de grupúsculos, el Inspiracionismo, se desvincula parcialmente de la figura del crítico, donde éste abre brechas, el inspiracionismo las cierra, en la medida de sus posibilidades. Depende exclusivamente de tu destreza, talento o capital, el mejoramiento de aquello que resta valor a la obra que lees, contemplas, escuchas, tocas, palpas, hueles…

No pretendemos pintarles unos bigotes a la Monalisa (aunque sea imposible no tener a Duchamp como referente), dado que latentemente nuestra pretensión es, sobre todo, romántica: mecernos en la plenitud de la obra de arte eternamente, como el polvo que se posa en el Gran Vidrio.

Quizá sea la ansiedad que me despierta la muerte, pero me entristece saber que Doctor en Alaska llega a su fin. Apología de lo infinito

El sueño de una noche de verano

Descansa en mi maleta esperando a ser rescatado de la olvidadiza y volátil intención, una de estas cálidas y sempiternas noches de verano que, sin embargo, pronto desvanecerán. Rendida, pues, ante la idoneidad de tan sugerente título (que invita a encontrar la oportunidad perfecta de iniciar su lectura), me sumerjo en mi particular travesía de buscar rastros invernales los mediodías de agosto.

Propósito que consigo, no sólo través de la literatura, el cine o la televisión (supongo que como muchos, padezco melancolía estacional y disfruto más del paisaje invernal los mediodía de agosto) sino también a través del recuerdo de –casi- lejanas noches de mi adolescencia, cuando muy de madrugada, el agua oscura y fría de las piscinas nos hacían tiritar.

Entonces, me quedaba dormida contemplando la histórica y estrellada noche, imaginando antepasados y descendientes, pensando en la boca de él y proyectando una feliz carrera, hasta que cruzaba el aire un avión que me sacaba de mi solitaria ensoñación (cual águila) y me sumergía en otro delicioso sueño.

Si mi biblioteca ardiera esta noche…

Si empezara a arder por ejemplo desde abajo, arrasaría con el vago recuerdo de vaporosos decorados Rococo, sepultaría del todo el arco de herradura del primer románico peninsular y olvidaría lo que significó el Suprematismo ruso y el pobre Duchamp. Si el fuego continuará extendiéndose hacía la izquierda, Javier Marías quedaría por siempre jamás desterrado en Londres y Tolstoi en Siberia, Filemon y Baucis no serían frondosos árboles que se acarician en los días de viento, y la tristeza de toda una tarde no quedaría recogida en la frente de una hermosa dama.

Si el fuego avivase, Greta Garbo nunca subiría al tren que la condujo de San Petersburgo a Moscú, Cary Grant no salvaría a Ingrid Bergman de un triste envenenamiento y Woody Allen finalmente se habría ido a vivir a Los Ángeles.

Tampoco el fuego permitiría que Laetetia Sadier hubiese cantado alguna vez a los soviets, Devendra Banhart a la luna y Daedelus no homenajearía a Icarus. Chris desde la K-Oso no daría voz a todas nuestras semiocultas y tristes melancolías rodeadas de ensoñados paisajes invernales (¡Cuántas auroras boreales hubiesen quedado desterradas!).

Si mi biblioteca ardiera esta noche rendiría homenaje a un viejo amigo que me enseñó lo que significa una biblioteca propia, de uno. Aquí un verso de Luis Rosales que un día me escribió: “Y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas, y te has sentido solo, humanamente solo porque todo es igual y tú lo sabes”.

Por último si mi biblioteca ardiera esta noche (todo y nada se llevaría, porque la ficción como el recuerdo, no habita ni se guarda en estanterías) recogería sus cenizas y las guardaría como testigo de aquello que alguna vez conocí, sentí y leí.

Mañana en la batalla piensa en mí

Si no recuerdo mal (seguramente así es, vosotros me corregiréis) en La insoportable levedad del ser, Kundera distingue tres tipos de personas según la presencia que éstos tienen presente cuando batallan con su cotidianidad. Más o menos: había quienes actuaban de cara a la galería, quienes tenían presente algún ser querido ya ausente, o quienes se imaginaban bajo la mirada de quien incluso ignoraba casi su existencia.
Dardo en la diana. Me imagino sentada ante un tribunal declarándome no inocente por recurrir a extraños y a fantasmas en mi excursión diaria.

Piscinas

Y con la intención de ver mi reflejo en el agua y sopesar mi grado de melancolía, me aventuré 15 años atrás hacia mi antigua piscina, buscando la paz de quien camina por la playa en invierno.

Dejando a un lado el viejo y trágico mito de Narciso me asomé a ésta, pero está vez no estaba llena, sino vacía, desnuda, como un lienzo o página blanco, dándome, pues, la ardua oportunidad de llenarla -si eso deseo- de mis propios sueños.

Sobre atardeceres

Ya que para la Wilde los atardeceres tipo Turner estaban pasados de moda (no seré yo quien contradiga a este gran esteta) recurriré  a los de otro pintor romántico, John Constable, de naturaleza idílica y tranquila para contrarrestar este lánguido anochecer que ahora contemplo, y así gozar de una naturaleza intranscendente y profundamente superficial.

¿Quién no se subiría al viejo carro de heno un mediodía río arriba con el único temor de que vuelva la tormenta que hace poco se marchó? Dar un antiguo y largo paseo por la tranquila campiña inglesa del año 1821, a merced del agua, escuchando los silbidos de las hojas con el viento, o el ladrido de un perro.

Todo es tan profundamente sentimental y Constable lo transmite de una forma tan cercana y realista, que entendería que no se hubiese atrevido nunca a pintar paisajes nocturnos, dado que estos serían los cuadros más melancólicos del mundo: porque no se trataría sólo, como en otros pintores románticos, de la visión y experiencia personal de un pintor acerca de la eternidad, sino del fiel reflejo de lo que contempla

Me alegra que me haga esa pregunta


Más de una vez, en un pasado no tan lejano, me veía a mi misma, delante de un espejo o un café o un paisaje, respondiendo, en silencio, a preguntas que yo misma me hacía en voz de otros.

Me inventaba una entrevista, bueno, más bien esbozaba una entrevista que, hasta ahora, siempre había sido secreta. El motivo por el que me entrevistaban, era un detalle sin verdadera importancia que el futuro ya se encargaría de resolver…en ella, simplemente, daba mi valiosa opinión, sobre aquellos cosas que me influenciaban a la hora de concebir X.

Lo que si estaba claro sería que comentaría cuáles eran mis películas favoritas o pasajes de libros inolvidables; hablaría de festivales de música, locales de ensayos, conciertos.. para finalmente confesar al entrevistador, que ya desde muy joven, me había imaginado una situación así, en la que me hacían una entrevista para xxx diario

Por supuesto que nunca llegué a escribirla, de hecho se trataba más bien de una imagen que mi yo adolescente proyectaba sobre su futuro adulto, que sólo duraba unos cuantos segundos, los suficientes para responder a dos preguntas a medias, hasta que otro pensamiento me sacaba de mi ensoñación o me aburría de proyectar castillos en el aire.

inconclusión

Rara vez tras finalizar una lectura o una película experimentamos un sentimiento cercano a la purificación. Lo visto o leído remueve nuestros sentimientos, los agita y los purifica y, tras unas cuántas lágrimas (si es que las hubo) desaparece un complejo, un miedo, una angustia…

A mi me pasó hace mucho tiempo con una película de Billy Wilder, “Bésame tonto”. Había dos mujeres y dos hombres ,completamente distintos, que por un día intercambia los papeles, pero sin arrastrar las consecuencias de la noche anterior. Me conmovió la facilidad con la que los protagonistas abandonan sus roles y asumían otro que era contrario al suyo, al cotidiano.

Hace un par de semanas que intento concluir un sentimiento que me embarga (y entristece) pero no encuentro la forma de hacerlo.

Anhelo catarsis u olvidos.

Quitarse a Picasso de encima

“No se trata de ser los mejores sino de crecer juntos”
“Tim decía que él era mucho más bueno que todo eso”
“ …pero se trata de experimentar, aprender, crecer…”
“Monade es una copia de Stereolab, algunos fans ven eso”*

No es sencillo quitarse a Picasso de encima.

Jackson Pollock creyó que lo hacía mientras pisaba (con talones incluidos) sus propios oleos: ¿quién, sino él, pintaba sobre sus lienzos utilizando como soporte no el caballete, sino el suelo, para ofrecernos después un profundo pero, plano y abstracto universo? La abstracción también podía ser dramática.

Al final la horizontalidad (reitero, pintaba sin caballete) y la gravedad de sus pinturas (la gotas que caían de arriba abajo), se agotaron cuando resurgió el alcoholismo y la temida figuración en su obra.

Pollock se alojó brevemente en la cima de la pintura moderna, pisó a Picasso y se puso encima de él, pero en 1956 estrelló su coche contra un árbol. Picasso salió sin ningún rasguño de sus zapatos.

Qué la abstracción puede ser dramática y emotiva fue, tal vez, lo que pensó Laetita Sadier cuando formó Monade y dejó aparcada la bella geometría que brinda Stereolab.

Sin pisar a Tim Gane (su particular Picasso): no es necesario ser tan explicito, camina bajo el resplandor de su estela, aunque a veces se desvía premeditada e inconscientemente del camino para conmoverse a sí misma, sin importarle a quién deslumbra.

Baladas de ombligos, nunca fue tan sano mirárselo.

*Entrevista a Laetita Sadier

Mudar la piel


Que Kafka acabara convertido al final de su novela –comencemos por el final, siempre- en una cucaracha, me trae a la cabeza algunas ideas de Warhol acerca de la superficie. No tanto por la similitud con la que estos autores tratan el tema, como por las diferencias –aparentes- que existen entre ambos.

Si para el artista pop “todo está en la superficie” (la verdad y la mentira, lo profundo y lo superficial) para el escritor checo, esa piel que nos define esconde nuestra verdadera esencia (una cucaracha con pulsaciones de chico).

Warhol nos devolvía nuestra mirada (vacío, miedo, alegría, juventud) a través de la superficie de las cosas (Merilyns, coca-colas-, flores), y Kafka utilizaba lo superficial, lo anecdótico (el agrimensor que nunca llega al castillo, la piel trasformada) para turbarnos desde dentro.

Este verano he comenzado a mudar mi piel, pero no sé si trata de un hecho profundo (una verdadera transformación que avecina cambios), o es simplemente la acción del sol.

Para no errar, dado que lo obvio se convierte a menudo en obtuso, miro lo superficial de manera profunda (la importancia de ir a comprar una barra de pan) y, lo profundo superficialmente: se trata de sobrevivir; la vida es una tómbola, tom-tom-tómbola… l